My Fair Lady (Mi bella dama)
“My Fair Lady” está basada en la obra de teatro “Pigmalión” escrita en 1913 por George Bernard Shaw. Este musical se estrenó en Broadway en 1956 y desde entonces es probablemente una de las obras más representadas de todos los tiempos.
AÑO 1964
DIRECTOR George Cukor
GUIÓN Alan Jay Lerner (Obra: George Bernard Shaw)
MÚSICA Frederick Loewe
FOTOGRAFÍA Harry Stradling
REPARTO Audrey Hepburn, Rex Harrison, Stanley Holloway, Wilfrid Hyde-White.
PREMIOS 1964: 8 Oscars, incluyendo mejor película, director, actor (Harrison). [1]
1964: BAFTA: Mejor película
1964: Globo de Oro: Mejor película: Comedia o Musical
1964: Círculo de críticos de Nueva York: Mejor película
1964: Premios David di Donatello: Mejor actor, actriz y producción extr.
GÉNERO Musical. Romance. Comedia | Comedia romántica
Mejor Actor
Mejor Director
Mejor vestuario en color
Mejor banda sonora
Mejor sonido
Mejor fotografía en color
La película de George Cukor se presenta como una sustanciosa comedia que ilustra el poder terapéutico del lenguaje a la vez que da una elegante versión de Frankenstein en la que el lingüista Henry Higgins, se empeña en esculpir a una delicada criatura llamada Eliza Doolittle a partir de la vulgaridad de la calle.
"My
fair Lady" es una de las películas más encantadoras de la historia del
Cine.
Londres, 1912. Una tarde lluviosa en Covent
Garden, al salir de la ópera encontramos a Henry Higgins (Rex Harrison), un
arrogante, irascible y misógino profesor de fonética, que cree que el habla de
una persona determina su futuro social. Presume de ello frente al Coronel Hugh
Pickering (Wilfrid Hyde-White), también experto en fonética y admirador de sus
métodos, asegurando que puede enseñar a cualquier mujer a hablar con propiedad
hasta el punto de hacerla pasar por duquesa en el baile anual de la Embajada.
Para ello cita como ejemplo a una harapienta y ordinaria vendedora de violetas llamada Eliza
Doolittle (Audrey Hepburn), con un fuerte acento cockney [el término cockney se utiliza para denominar a londinenses de clase trabajadora del Este de la ciudad y sobre todo se refiere a la forma de hablar de éstos, que es muy particular y que a veces se identifica casi como un dialecto del inglés] la cual había sufrido
un percance con el público que salía de la ópera que la había enfadado y no
paraba de quejarse por ello.
El padre de Eliza, Alfred P. Doolittle (Stanley
Holloway), basurero de profesión, se presenta 3 días después queriendo proteger
la dignidad de su hija, pero en realidad sólo busca sacar algo de dinero a
Higgins, que lo soborna con 5 libras esterlinas. Higgins queda impresionado con
la honestidad del basurero y su don natural para la retórica, y especialmente
su falta de principios. Doolittle se justifica diciendo que no puede
permitírselo. Higgins recomienda entonces a Alfred Doolittle a un
estadounidense rico interesado en discursos de principios morales.
Eliza se somete a diversas formas de mejorar su
dicción, como hablar con la boca llena de canicas. Al principio apenas
progresa, pero cuando Higgins y Pickering están apunto de tirar la toalla,
Eliza vuelve a intentarlo y lo logra; instantáneamente empieza a hablar con un
acento británico estándar de clase alta.
Para probarla, Higgins la lleva al palco de su
madre en el hipódromo de Ascot, donde causa buena impresión con sus modales
refinados, pero asusta a todo el mundo con un pequeño lapsus impropio al animar
a un caballo para ganar la carrera. Higgins, que desprecia la pretenciosidad de
la aristocracia, disimula una sonrisa en ese momento.
Higgins finalmente la lleva al baile anual de
la embajada, donde Eliza consigue pasar exitosamente como una misteriosa dama
de la nobleza e incluso baila con el príncipe de Transilvania. En el baile se
encuentra Zoltan Karpathy (Theodore Bikel), un húngaro experto en fonética
enseñado por Higgins. Tras una breve conversación con Eliza, certifica que es
de sangre azul. Esto hace la noche más amena a Higgins, que siempre ha visto a
Karpathy como un aprovechado y un fraude.
Después de todo el esfuerzo que ella ha hecho,
Eliza no recibe reconocimiento por parte de Higgins y Pickering, todas las
alabanzas son para Higgins. Esto y el trato servicial que Higgins espera de
ella, especialmente la indiferencia acerca de su futuro provocan que Eliza
abandone la casa, dejando al profesor intrigado por su ingratitud.
Acompañada por Freddy Eynsford-Hill (Jeremy
Brett), un joven que conoció en Ascot y que se ha enamorado de ella, Eliza
regresa a su antiguo entorno en Covent Garden, pero descubre que con sus
modales refinados, su acento y sus vestidos de marca no encaja allí. Encuentra
a su padre, que había recibido una enorme fortuna del millonario estadounidense
al cual Higgins le había recomendado, y está preparándose para casarse con la
madrastra de Eliza (siente que Higgins lo ha arruinado, pues ahora debe regirse
por unos principios morales).
Eliza se marcha y acude a la casa de la Señora
Higgins, la madre del profesor, que está muy enfadada por el comportamiento de
su hijo.
Higgins encuentra allí a Eliza al día
siguiente, e intenta hablar con ella y convencerla de que vuelva. En una ardua
discusión, el ego de Higgins se siente dañado cuando Eliza anuncia que se va a
casar con Freddy y convertirse en la asistente de Karpathy's, pues no sólo
desprecia a Karpathy, sino también considera a Freddy patético e indigno de los
nuevos estándares de Eliza. Eliza se siente satisfecha de hacer probar a
Higgins su propia medicina y lo rechaza. Higgins admite que en vez de una carga
a sus espaldas es una fuente de fortaleza, y que le gusta así, pero ella se
marcha diciendo que nunca volverán a verse.
Tras una discusión con su madre, donde decide
que no necesita a Eliza ni a nadie más para ser feliz, Higgins se marcha a casa
insistiendo en que Eliza volverá arrastrándose a él. Sin embargo, se da cuenta
que se ha acostumbrado a su rostro ("grown accustomed to her face"),
y lo único que le queda de ella son grabaciones de sus lecciones de dicción que
puede poner en su fonógrafo. Entonces, Eliza aparece de repente en la casa,
dejando un final ambiguo.
Hagámonos cargo de que estamos ante la “madre de todas las comedias musicales” y por tanto, independientemente de los mensajes que autor y director quisieran transmitir, verla es un gran placer. Los alegres y vistosos números musicales, y las fabulosas interpretaciones no tienen desperdicio. Los diálogos son rápidos y brillantes, los personajes meticulosamente dirigidos y ese ambiente de ensueño que arropa todo el film, nos trasladan a un mundo de hadas, a un cuento de princesas donde todo es posible. Adelante queridos cinéfilos, veamos esta comedia suspendida entre la realidad y el cuento y disfrutemos de ella.
Realmente
inolvidable y deliciosa película.