jueves, 8 de enero de 2009

La Copa, sublime vehículo del Vino


La Copa, al igual que el Vino, ha ido evolucionando y desarrollándose a lo largo de siglos, del barro cocido pasó al metal, bronce y oro entre otros, y al vidrio, hasta llegar ya al siglo XVII, al cristal, sublime invento que se produce al añadir a la pasta vítrea óxido de plomo.

Su transparencia, brillo, belleza y fragilidad le convirtieron en poco tiempo en rey absoluto de las mesas y así ha seguido siendo hasta nuestros días.

La copa se convierte en el instrumento imprescindible para comunicar el mensaje del Vino. Las hay de lujo y más normales, para profesionales y para aficionados, con plomo o sin plomo, sopladas artesanalmente o de manufactura mecánica, las que oxigenan el Vino y las que se descubren defectos o virtudes, para casa o para el restaurante...

El dilema ya no sólo es qué Vino selecciono o sirvo, si no en qué copa lo sirvo.

Lo cierto es que no hay un modelo de copa ideal genérica, aunque sí una serie de reglas que cualquier copa para degustar -que no ya catar- un vino, debería cumplir.

Una buena copa debe destacar las bondades del vino más que sus defectos. Debe ser de cristal fino, transparante e incoloro para que realce el brillo y el color, con una forma adecuada para expresar la armonía aromática y gustativa del vino. La boca, más bien cerrada -para concentrar los aromas- debe ser, sin embargo, suficientemente amplia para poder oler y beber sin que resulte forzado y los bordes -pulimentados o redondos- serán finos. Tiene que ser amplia, con buena capacidad para que al llenarla en un tercio o un cuarto el vino pueda respirar y mostrarse en toda su plenitud. Las de tintos, grandes; las de blancos, medianas. El tamaño de la copa es importante porque influye sobre la calidad e intensidad de los aromas.
Nadie duda ya sobre quien es el acompañante ideal de un buen Vino: La copa de calidad y diseño perfectos en la que se sirve y se degusta. Y es que la copa no es sólo el receptáculoúltimo del Vino, sino un importante instrumento para comunicarlo a los sentidos. El inconfundible toque de un cristal finísimo sobre los labios es una sensación sensorial única que anticipa el placer de saborear un buen vivo.

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